En medio del ruido de bolsas, contenedores y el andar pesado del camión municipal, los recolectores encontraron algo distinto en su recorrido: una pizarra olvidada entre los residuos.
Lejos de dejarla tirada, decidieron darle un nuevo valor.
Al finalizar la jornada, cuando el motor del camión se apagó y la ciudad ya descansaba, la cuadrilla se reunió frente a esa pizarra improvisada.
Allí, escribieron el resumen de su día: el recorrido cumplido, las calles transitadas y, sobre todo, los nombres de quienes compartieron el trabajo. El chofer que guía, los recolectores que cargan y descargan, cada uno dejó su huella.
Ese pequeño gesto transformó un objeto descartado en un testimonio vivo del esfuerzo diario. Una manera simple, pero poderosa, de recordar que detrás de cada bolsa levantada y cada esquina recorrida hay personas que sostienen, con trabajo silencioso, el pulso limpio de la ciudad.
